Los Romero: la promesa dorada que amenaza las raíces de San Juan

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PatriciaRosado 1564




Aprendí a conocer la tierra por su olor cuando llueve, y a respetar el monte como se respeta a los abuelos: con silencio, con devoción.


Una pintura de la tierra. El polvo del sur se levanta sobre los campos agrietados, donde los niños corren entre sueños y esperanzas rotas. San Juan, mi tierra, es un poema a medio escribir, donde la gente ha aprendido a sembrar resistencia y cosechar ilusiones. Pero hoy, las grietas no son sólo de la sequía: son las huellas de una minería que amenaza con desgarrar lo que aún nos queda. La mina Los Romero, vestida de promesa, lleva en su interior una sombra que se esconde detrás de la palabra “desarrollo”.



Hoy, esa montaña, la misma que cuidó nuestros ríos, que fue altar de pájaros y cuna de cosechas, está en la mira de una empresa que dice venir a traer progreso. Pero en su promesa reluciente, hay algo que no brilla: la herida abierta que deja el oro cuando se busca con dinamita, cuando se perfora donde brota vida.


El proyecto minero Los Romero, impulsado por GoldQuest Dominicana, ha sido presentado como una puerta de progreso para la provincia de San Juan. Prometen empleos, dinamización económica y modernización de la zona. Pero basta con escarbar un poco más para ver que esas palabras son, muchas veces, espejismos. Porque lo que también traen las minas es la contaminación de ríos y arroyos, la alteración de los ecosistemas, la pérdida de tierras agrícolas, y una dependencia económica que, al agotarse el oro, deja tras de sí un vacío más profundo que el agujero en la montaña.


La minería sostenible es una promesa que brilla como el oro que pretende extraer. Un término que parece reconciliar progreso y naturaleza, pero que en la práctica suele ser tan frágil como el suelo que se dinamita. En el caso del Proyecto Romero, esa promesa se vuelve más sospechosa cuando el oro yace en las entrañas de una de las zonas más sensibles de recarga hídrica de la isla: la Cordillera Central.


Los documentos técnicos presentados por la empresa GoldQuest hablan de tecnologías limpias, gestión responsable de residuos, mitigación de impacto. Sin embargo, los expertos en ciencias naturales advierten que no existe una forma inocua de extraer metales pesados en zonas de alta montaña, donde los acuíferos no solo son frágiles, sino interdependientes.


La Comisión de Ciencias Naturales y Medio Ambiente de la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACRD) ha expresado de forma reiterada que el Proyecto Romero representa una amenaza directa a los sistemas hídricos que alimentan el Valle de San Juan y parte del suroeste del país. A esto se suma que, según estudios de la propia Dirección General de Minería, más del 60% del territorio de la provincia San Juan posee formaciones geológicas porosas que facilitan la infiltración directa a los mantos acuíferos.


Cada tonelada de oro extraída requiere, en promedio, 250,000 litros de agua. Esto, en una provincia donde cada verano se intensifican las sequías y los agricultores dependen de canales de riego que ya muestran signos de agotamiento.


La llamada “minería verde” se apoya muchas veces en procesos de compensación o reforestación que no logran, ni en tiempo ni en biodiversidad, recuperar lo perdido. Porque no se puede sembrar un río, ni devolver la frescura del aire después de una voladura.


Intento traducir el grito de los árboles cuando no pueden hablar, de escuchar a la tierra que me parió, porque en San Juan, como en todo el país, no se trata de estar a favor o en contra del desarrollo. Se trata de entender que hay riquezas que no se exportan, se conservan. Y que no hay mina que valga más que un río vivo.


San Juan no es sólo tierra para explotar; es memoria, es raíz, es vida. La gente de La Maguana, de El Cercado, de Bohechío, de Sabaneta, Vallejuelo, Punta Caña… vive del campo, de lo que la tierra y el agua les da. El café que aromatiza las madrugadas, el ganado que se cría entre pastos secos, los plátanos que maduran al sol: todo eso está en riesgo. ¿Qué pasará cuando la mina se convierta en un hueco oscuro y silencioso? Cuando las promesas de desarrollo se evaporen como las lluvias esquivas, quedarán los daños, las enfermedades, la pérdida. La historia lo ha demostrado una y otra vez: la riqueza que se va en lingotes no vuelve a sembrarse en los surcos.


En las comunidades de la Cordillera Central, el monte no es solo paisaje: es sustento, refugio, memoria. Hablar con la gente de La Placeta, El Romero o Sabaneta es encontrar un eco común: miedo, sí, pero también una voluntad férrea de proteger lo poco que aún se mantiene intacto.


Los sanjuaneros no se oponen al desarrollo, se oponen al olvido. No quieren que su historia se escriba en el capítulo de los sacrificados por el progreso. Lo que defienden es invisible en cifras, pero esencial en sustancia: la dignidad de vivir sin miedo a abrir la llave del agua, de sembrar sin temor al mercurio, de dejar a sus hijos una montaña completa, no un agujero en la tierra.


No es progreso si el precio es la muerte lenta de una provincia. No es desarrollo, si se siembra destrucción donde antes germinaban las cosechas. San Juan merece una oportunidad que no venga marcada por la explotación de sus montañas. El oro no puede ser más valioso que el agua que bebemos ni más importante que los sueños de los hijos de esta tierra. Como hija de San Juan, escribo estas líneas con la esperanza de que podamos elegir un futuro distinto: uno que no cave tumbas en la sierra, sino que siembre vida, para que algún día, los niños de San Juan corran libres entre campos verdes, no sobre polvo de promesas rotas.


El oro duerme donde el agua sueña. Quien lo despierte a golpes, condena al río al insomnio. La minería no solo excava el suelo. Excava también la fe de un pueblo que ha vivido con poco, pero limpio. Con agua, pero viva.

Por Patricia Rosado

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