Diseño creado con inteligencia artificial por ChatGPT con tecnología DALLE (OpenAI), adaptado y personalizado por Carmín Valdez para el artículo “¿Se penaliza al que cumple?”.
En la República Dominicana, ser cumplidor parece, muchas veces, más una penitencia que una virtud. Hablo desde la experiencia de quienes, como ciudadanos y empresas, nos esforzamos por mantenernos al día con nuestras obligaciones fiscales ante la Dirección General de Impuestos Internos (DGII). Y sin embargo, nos encontramos en un escenario donde cumplir puede salir más caro que incumplir.
Desde el día 1 hasta el 10 de cada mes, el calendario fiscal se convierte en una cuenta regresiva casi sagrada. Las empresas organizadas ya saben que deben presentar y pagar su ITBIS, retenciones, anticipos y demás tributos dentro de ese lapso. Pero ¿qué ocurre si, por una eventualidad —como una falla técnica, un error humano o simplemente el peso de tantas obligaciones simultáneas— te retrasas un día?
La respuesta es inmediata y automática: intereses, recargos y penalidades. Sin contemplación, sin aviso, sin una pizca de flexibilidad. La DGII no llama, no recuerda, no da tregua. Y lo que más indigna es que ese castigo no distingue intención, historial ni circunstancias. No importa si llevas años cumpliendo religiosamente. Te pasaste, y ya.
¿Y qué pasa con aquellos que no pagan nunca? ¿Qué sucede con las empresas fantasmas, con los que declaran en cero sin que lo estén, con los que evaden impuestos a plena luz del día, amparados en vacíos legales o en la falta de fiscalización efectiva?
Pareciera —y con razón— que en nuestro sistema, quien miente o evade termina beneficiado. ¿Por qué? Porque no enfrenta consecuencias reales o inmediatas. Porque las auditorías no tocan a todos por igual. Porque, en ocasiones, el sistema persigue más al que comete un error que al que comete un fraude.
Esto crea una sensación amarga y desmotivadora: la de que ser honesto es un deporte extremo en nuestro país. Y peor aún, un deporte sin incentivos.
No se trata de pedir que se exima de responsabilidad al que incumple, sino de exigir una política fiscal más humana, más proporcional, más consciente de que detrás de cada RNC hay seres humanos que, en su mayoría, quieren hacer las cosas bien, pero también pueden equivocarse.
¿Y si, en lugar de penalizar automáticamente, la DGII adoptara prácticas más educativas, recordatorios digitales, periodos de gracia o incentivos reales para el buen pagador? ¿Y si empezáramos a construir una cultura tributaria donde el cumplimiento no se castigue, sino que se reconozca?
Porque hoy, muchos de nosotros seguimos cumpliendo, pero con la amarga sensación de que el sistema no está de nuestro lado. Y eso, en cualquier país que aspire a la justicia fiscal, debería preocuparnos a todos.
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