Por Onofre Salvador
Siempre he sabido que nos copa la entrada de ilegales del vecino Haití. Con el pasar del tiempo, y luego de múltiples esfuerzos de nuestros gobiernos, intentando controlar un poco el gravisimo problema, más la improductiva intervención en esa tierra, por parte de Los Estados Unidos y otras potencias, al parecer estamos perdiendo nuestro territorio.
Decirlo así, suena hasta exagerado, sin embargo lo es solo para aquellos que no están comprendiendo la magnitud y terribles consecuencias de un desplazamiento humano matizado por la supervivencia o como se le quiera llamar, que no está arrebatando todo, incluido lo más sagrado, la propia soberanía.
No es secreto que se busca paliar en esta tierra la situación de los nacionales haitianos, para lo cual se han hecho y hacen grandes esfuerzos, mucha gente del mundo político y diplomático al servicio de algunos países poderosos, mismos que alguna vez obtuvieron grandes beneficios de ese destruido y empobrecido territorio.
Vemos ya, sin caer en el asombro, al tratarse de una conducta habitual, las identificadas voces internacionales, y hasta de algunos del patio, con los niveles de patriotismo en cero, propugnando por unos llamados derechos humanos, aspecto que observan de manera puntual las autoridades dominicanas, más no así esas mismas naciones cuando llegan hasta ellos algunos desdichados hijos de la tierra de Tusaint Luverture.
Esto no es un simple y divertido juego, no hay que ser nacionalista en extremo para comprender que estamos jodidos con la masiva y aparentemente incontralable entrada de ilegales haitianos a nuestro tierra. El peso económico y demográfico que eso nos genera, no solo impedirá que pensemos alcanzar alguna vez cierto nivel de desarrollo, peor aun, podríamos caer en algo similar a su propia desgracia.
En el lugar donde estoy, en un campo no tan lejano de la frontera, veo el pasar constante de las camionetas del ejército, o de migración, cargadas de ilegales, labor que imagino sumamente difícil, porque al parecer recogen 100, para poner un número, y entran 500 o tal vez más. El número de ellos no baja, en cambio se multiplica cada día.
La situación es alarmante, da miedo. Y es que cada día, cuando menos lo esperamos, nos encontramos por cualquier camino con ilegales, quienes cruzan, atraviesan lomas, se meten sin permiso por los conucos, y si hay descuido, y hasta cierta complacencia con eso de utilizarlo en una que otra labor agrícola o de otra naturaleza, posiblemente se muden.
Les cuento que hace apenas unos 3 días, me dirigía como de costumbre a una de las propiedades de la familia, algo apartada de la carretera donde está la casa familiar, y para mi sorpresa, que no es sorpresa, me encontré con 12 nacionales haitianos, algunos de ellos caminando desorientados, con pequeñas pertenencias, unos machetes evidentemente peligrosos, en fin, buscando que hacer y hacia dónde ir.
Confieso que sentí temor al verme en lo que entendí podría ser peligroso para mí, o para cualquier dominicano que se vea en un momento así. Nunca se sabe cuál será la reacción de alguien en un estado de notoria necesidad, pero gracias a Dios siguieron su camino, supongo sin saber hacia dónde iban. A decir de otros lugareños, esos encuentros son habituales.
La gran verdad en todo este delicado e impostergable problema, es que, por hambre o la razón que sea, nos están ocupando, al punto de no existir un punto en la República Dominicana, que no haya unos cuantos de ellos, llegando más y pariendo en cantidades industriales como decimos por aquí.
Hay que decir hasta el cansancio, no que se resuelva este desastre, pero que se mitigue de la forma que sea, al precio que sea, porque lo que caerá por aquí, en unos años más, solo se podrá nombrar con el nombre de catástrofe nacional, en la que seguirán ellos en el punto que están, y nosotros, los hijos de la tierra de Duarte, tendremos que aprender a comer tierra y quien sabe que más.
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