El Matero, El botánico italiano es uno de los divulgadores más interesantes e influyentes del reino vegetal. En esta entrevista cuenta cómo nació su amor por las plantas y las complejidades de la inteligencia vegetal que constituye el 81,8 por ciento de la vida de nuestro planeta.
Junto a los pabellones de Australia, Birmania, Rusia o el Reino Unido, en la Trienal de Milán puedes visitar el de la Nación de las Plantas. A través de datos estadísticos, instalaciones vegetales y vídeos de experimentos, la muestra nos recuerda que sin el reino botánico no existirían el oxígeno ni la atmósfera ni los alimentos. De ese reino depende la vida entera del planeta Tierra.
El recorrido se abre con una imagen gigante que ilustra nuestra ceguera vegetal: aunque predominen los árboles, los arbustos o las flores en ese rincón de la selva, estamos programados genéticamente para fijarnos sobre todo en ese tigre que nos mira, agazapado, en una esquina.
La sala en que unos espejos multiplican la vegetación, el vídeo que revela que la actividad química de las raíces es muy similar a la de un cerebro o el dispositivo luminotécnico y musical en que descubrimos cómo se comunican entre ellas todas las partes de una planta comparten el objetivo de hacer visible una dimensión de la realidad a la que nunca le hemos prestado la atención que merece.
El proceso de visibilización culmina en los dos últimos espacios, donde escuchamos el discurso de la Nación de las Plantas en la sede de Naciones Unidas de Nueva York y donde leemos su Constitución. La voz y la prosa pertenecen a Stefano Mancuso, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia, autor de varios libros de referencia sobre la sensibilidad y la inteligencia de las plantas y curador de la exposición.
Animal Orchestra, la salida da al resto de los pabellones nacionales, sin puertas ni barreras, porque como recuerda Carlo Sgarzi —asistente del comisario—, “la nación vegetal no tiene fronteras y cree que todos los individuos son siempre recursos, no costes ni problemas”.
No es extraño que Mancuso haya recurrido a los códigos de la ciencia ficción para conceptualizar su último proyecto: “Si llegara al planeta Tierra una nave alienígena, su tripulación seguramente se dirigiría a las plantas, vería en ellas a sus interlocutores naturales, pues constituyen el 81,8 por ciento de la vida de nuestro planeta”, afirma el investigador y divulgador. “Y a la inversa: para poder entenderlas, para poder narrarlas, hay que pensar que las plantas son extraterrestres”.
Una vocación tardía
Cabello y barba grises, Mancuso es un hombre de aspecto tranquilo, a quien imaginas fácilmente hablando con las plantas de su laboratorio en esa misma voz baja que templa cada una de sus frases, para enunciar con absoluta normalidad ideas y afirmaciones que atentan contra las definiciones que circulan sobre qué significa ser humano, contra todo lo que nos han enseñado.
“Darwin es uno de mis héroes de la infancia, porque era un viajero, un explorador, capaz de estar cinco años fuera de casa”, me cuenta el autor de Uomini che amano le piante. Pero fue en la edad adulta cuando se dio cuenta de la auténtica envergadura del personaje: “Tal vez sea el mayor científico de la historia, hay que pensar que en su época la ciencia —no la religión, la ciencia— creía que los seres vivos eran creación divina, el salto que nos hizo dar no tiene precedentes”.
Gracias a esa tradición de sabios que miraron, que prestaron atención, que escucharon a las plantas, Mancuso acabó abducido por su campo de estudio. ¿Cuál es el origen de su interés por el reino vegetal? “Lo he hablado con muchos colegas botánicos: ninguno de nosotros conserva un recuerdo de la niñez en que sintiera un interés genuino por las plantas”, me responde. “Se trata de una pasión muy intelectual, no es intuitiva, por tanto no es propia de la infancia, sino de la edad adulta”
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