Ricardo J. Almanzar Fortuna

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El contexto histórico del DS va mucho más allá del simple planteamiento de “la declaración de la necesidad de acciones” que han surgido, fruto de los esfuerzos de diversos científicos preocupados a priori por el uso indiscriminado de los recursos naturales, sin la debida reposición de los mismos, encausando así el hoy tan debatido “cambio climático” y las distintas posturas que han venido a escenario de disertación. Pero justamente ha sido uno de los pilares fundamentales en el largo camino hacia el despertar de la conciencia colectiva y el juicio administrativo de los Estados, empezando por aquellos de mayor poderío económico, social, cultural y bélico, además.


Es importante hacer ahínco en el componente bélico, porque aunque no es beneficioso en manera alguna, sí que este contexto trajo al frente la necesidad de un trabajo conjunto de estas naciones poderosas. Como los acontecimientos más trascendentales del siglo XX, y según las lecturas proporcionan la evidencia, las dos grandes guerras que desembocaron en sus posteriores depresiones económicas, develaron el potencial destructivo de las grandes naciones, dominadas por egos e ideologías políticas contrarias, como en el caso de Hitler contra el mundo. Es pues el surgimiento de estos funestos escenarios lo que posteriormente acabaría por evidenciar la necesidad de una conciencia colectiva hacia el uso de los recursos naturales, sociales, culturales y económicos.


Habían pasado las grandes potencias, después de la recuperación de las grandes depresiones económicas, a una nueva etapa de desarrollo y crecimiento, que si bien no acababa de despegar, ya venía dando pinceladas sobre lo que era “ecológicamente ético”, por decirlo de alguna forma impactante. Tales reflexiones llevan a los principales países del 2 mundo, como los del G7 a preocuparse y regular el uso de los pesticidas y otros descontaminantes de plagas en el ambiente agrícola, para posteriormente trasmutar esos esfuerzos al creciente sector industrial, ya en la cumbre de su despegue global.


La Convención de Río de Janeiro 1992, por ejemplo, es un resultado del consenso común de estos Estados que habían corroborado la necesidad de cuidar el medio ambiente, rescatarlo y preservarlo.


Pero lo cierto es que el camino fue largo; por más de tres décadas se recogieron datos sobre las emisiones de gases que afectaban el clima del planeta, la intervención de un grupo de más de 400 científicos que pugnaban para que se reconociera el efecto de estos gases sobre el medio ambiente.



Además de los impactos de catástrofes como la de Chernóbil, Exxon en Alaska y San Juanico en México, son unos pocos, que obligaron a ver con mucha más seriedad el manejo de materiales radioactivos a gran magnitud, de petróleo y gases inflamables.


Fue hacia el 1972, durante la conferencia mundial de medio ambiente en donde ya se habla formalmente de “Desarrollo Sustentable”, el cual se enfoca directa e inmediatamente en vertientes como tecnologías, ingeniería, biología, etc. Dando lugar a una serie de acercamientos entre la realidad proyectada y la deseada, de ser cierto que se contara con una verdadera conciencia y cooperación global para hacer frente a los problemas sociales, culturales, económicos y medio ambientales.


Es precisamente el fallo del modelo económico neoliberal el que lleva a replantear entonces los términos de “la generación de riqueza de las naciones”. Pero, ¿qué tiene que ver esto con el DS?


Pues bien, con el cambio de la visión clásica de que la riqueza de los países se debía medir en la cantidad de metales preciosos, sobre todo el oro, hacia una que se 3 enfocara en la necesidad de que los Estados debían ser auténticas maquinarias en la producción de bienes y servicios. A partir de esto hay una diversidad enorme de cambios estructurales, exenciones fiscales, tratados de libre comercio, contratación de mano de obra extranjera barata, así sucesivamente. Lo que en definitiva dinamizó la economía de muchos países pero también aumentó los niveles de corrupción administrativa, tanto a nivel gubernamental como en las empresas.


Se hizo necesario una revisión de las normas, legislaciones, políticas y ética empresarial, todo ello en su conjunto llevaría a una nueva etapa en el desarrollo y crecimiento de los países, que, luego de escándalos como Enron y Lehman Brothers, dieron evidencia de que las empresas privadas podían ser un detonante de crisis globales, porque el contexto en el que sucedieron lastimaba una de las economías más fuertes, como Estados unidos de América.


La era de la “responsabilidad social empresarial” había florecido, constituyendo un eslabón esencial en la nueva visión global de “desarrollo sustentable”, porque era evidente que las empresas debían ser partícipes de la gestión, debían ser productivas, sí, generar riqueza a sus accionistas, contribuir al PIB, ofrecer oportunidades de crecimiento a su personal, a las comunidades donde operan, pero además mantener un nivel de ética y compromiso hacia el cuidado del medio ambiente, igualdad social, racial y de sexo, además contribuir a que los estándares de la industria y su sector se pudieran medir por medio de certificaciones auto impuestas y exigibles por el Estado.


Es a partir de estas estipulaciones por parte del Estado que las grandes potencias han dado validez a los llamados de la comunidad científica y haciéndose cada vez más 4 conscientes de que los problemas medio ambientales son reales y que su repercusión puede ser fatal en escala, según el tratamiento que se les den, de que las emisiones de gases de efecto invernadero son cada vez mayores y que si se desea construir una sociedad con miras al futuro, el desarrollo y crecimiento deben ser además de responsable y ético, ecológico, poder reponer y mesurar los recursos de la tierra para garantizar la supervivencia de las futuras generaciones.


En conclusión, estos antecedentes han recorrido un largo camino, desde la primera Convención de Medio Ambiente y Cambio Climático, pasando por los acuerdos de Cancún, Río de Janeiro, el protocolo de Kyoto, entre otros. Pero aún hace falta combatir los males que a lo interno han pugnado desde siempre con el verdadero consenso, los cuales van desde las ideologías políticas, modelos económicos, hasta el poderío armamentista y la corrupción gubernamental, a la cual se suma la negligencia de muchos de los países en vías de desarrollo que aún no acaban de sincerarse y entender que el proselitismo y beneficio político de corto plazo es un cáncer que genera incertidumbre, desestabilidad económica, social, inseguridad ciudadana y, desde luego, impunidad, con lo que las empresas corruptas esquivan sus responsabilidades, tanto internas como para con la comunidad. Es en este momento cuando el desarrollo sustentable enfrenta sus mayores retos, porque a pesar de conocer el impacto de su mal manejo, a pesar de que muchos países se han hecho la conciencia interna y aportan, muchos de los más fuertes Estados aún se niegan a cooperar de forma real y activa, trayendo consigo para el DS mucho más retos que soluciones.


Lic. R. J. Almánzar F., MBA, MPM

Universidad para la Cooperación Internacional, UCI México,

Reporte de lectura, Doctorado en Ciencias Económicas & Administrativas, Enero, 2016


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