Por Onofre Salvador
De vez en cuando resulta agradable echar una mirada al pasado, lo que para nada significa que vivamos de el, cosa imposible por el inexorable transcurrir del tiempo, ese que sin remedio, nos manda a dimensiones desconocidas.
En estos días me ha dado por recordar algunas cosas, parte vivida hace unos años, y otras conocidas por referencias familiares o de amigos pertenecientes a generaciones mayores que la nuestra. Entre ellas, la formación de aquellos ejemplares clubes deportivos y culturales, asociaciones de agricultores, de mujeres, y otras no menos importantes.
Hoy, cuando no es secreto la merma en valores, como el amor, amistad, respeto, solidaridad, equidad, tolerancia, compromiso, confianza, justicia, honestidad, y otros más, vale la pena rememorar aspectos importantes practicados aquellos días.
Soy de la generación que vino a este mundo casi al concluir los años sesenta.Tuve el privilegio de crecer, sin importar tiempos difíciles, en una época con grandes limitaciones para acceder a la educación, donde era necesario y obligatorio compartir las tareas escolares, los que podíamos ir a la escuela, con la ayuda a nuestros padres en los conucos.
Al margen de muchos calvarios, crecimos compartiendo con generaciones sanas, las que, sin duda, hicieron cosas memorables en su entorno y fuera de el. Y es que, no sobraba tiempo para dedicarlo a cosas banales o alejadas de los valores inculcados por nuestros padres y abuelos, a veces de manera ruda, pero valores al fin.
La década aludida y las dos posteriores, se caracterizaron por parir jóvenes que soñaban con un mundo mejor, libre de la represión y las acciones antidemocrácriticas. Se amaba la libertad, sin dar de lado al respeto en todos los órdenes.
La existencia de las organizaciones sociales, culturales y deportivas, garantizaban aquellos juntes memorables en los que se practicaban esos valores antes mencionados, dirigidos en su mayoría a favorecer el crecimiento integral de las comunidades o pueblos donde residíamos.
Las asociacionesde agricultores, o de amas de casa, de aquellos días, procuraban atraer ayudas para la colectividad. Recuerdo algunos proyectos donde les llegaba semilla para la siembra, herramientas; así también alimentos que servían de sostén a las familias más vulnerables. Se ponía de manifiesto la colaboración, siendo los convites, en el caso de los campos, una práctica de solidaridad estupenda.
¿Qué decir de los clubes culturales y deportivos?
Fue una de las mejores expresiones para el crecimiento sano de los jóvenes. En esa excelente formación grupal, palpé las primeras manifestaciones democráticas, la creatividad; la solidaridad en grado sumo, como también el compartir social, formalidad que acercaba a los muchachos, guardando un respeto cargado de pureza.
Podría verse anticuado al día de hoy, si lo manejamos en el contexto de lo que se vive, recibido en grado sumo, como enlatados foráneos dirigidos a mantener a los seres humanos distantes de muchas cosas buenas, dignas de mantenerse en el tiempo.
Todo ha cambiado, sin desmeritar los grandes avances que ha experimentado la humanidad, parte imprescindible para que podamos existir y continuar adelante. La tecnología ha traído cosas prodigiosas, inimaginables unas décadas atrás, aunque con ella también se han desatado los demonios, encontrando presas fáciles en aquellos con mala formación en su origen.
De verdad que extraño de ese ayer un montón de cosas, las que estaría encantado de ver en este tiempo, sin que se le considere, por no ser así, como involución o cuestiones anticuadas. La transculturación nos tiene acorralado, causando estragos en nuestra identidad, al punto que ya han desaparecido tradiciones vitales para la convivencia armoniosa de los pueblos.
Definitivamente, lo que es bueno, debiera repetirse tal cual lo hacen las modas; no quedarse como simples recuerdos, tal como los que llegaron a mi memoria y les relato aquí, con el único interés de que hagamos un ejercicio de conciencia, que nos ayude a rescatar parte de lo perdido, y preservar lo que nos queda.
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