DIARIO EL MATERO, Los factores que llevan a pronosticar inestabilidades en el comportamiento de la naturaleza que harían pasar a la zona del Caribe de un extremo de sequía a otro de inundaciones están contenidos en un reciente boletín de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica EUA (NOAA) como señal precursora de lo que desde ya se podría ir viviendo en República Dominicana. El cambio climático emite facturas posteriores a sus inclemencias cada vez más difíciles de saldar.
Las lluvias de estos días hicieron abandonar sus hogares a 18 mil personas de extensiones territoriales Norte y Sur del país con daños a por lo menos 48 acueductos con un millón de usuarios puestos en la penuria de falta de agua e hicieron colapsar puentes. La presentación climatológica de credenciales colocan el período 2025-2026 como llamado a ser abrumado por la intensidad de vientos y precipitaciones, principalmente, y de pausas que dejarían zonas sin una gota del líquido vital.
La NOAA y otros entes de predicción situados en este hemisferio han comunicado su preocupación por cambios en las características generales y de distribución de lluvias por zonas geográficas que ahora se expresan con creciente intensidad y variaciones en las temporadas ciclónicas. Están evidenciados patrones de lluvias que se muestran diferentes en duración, distribución por regiones y en magnitudes.
Los augurios son de mayor incidencia de huracanes con ráfagas más destructivas e impredecibles sobre la trayectoria antillana de fenómenos devastadores a la que una vez cantó imperecederamente el ilustre poeta Pedro Mir.
La directora del Instituto Dominicano de Meteorología (INDOMET), Gloria Ceballos, ya describe como una dura realidad local el cambio climático que se manifiesta, entre otras formas, con temperaturas veraniegas fuera de temporada. «Desde marzo se han registrado niveles de calor de pleno verano en el Noroeste y S ureste del país, incluso antes de la temporada estival». Aunque el año 2023 fue, en su momento, descrito como el más cálido desde que se registran temperaturas para fines históricos, el 2024 luego lo superó situándose 2,30 grados Fahrenheit (1,28 grados Celsius) por encima del promedio para el período.
Una encuesta que al acercarse el 2025 fue aplicada entre expertos climáticos los hizo coincidir en que este será un año en el que la zona del Caribe sería impactada no solo por jornadas geográficamente caóticas e impredecibles de inundaciones y sequías: el calentamiento global se hará cargo de generar una ominosa elevación de los niveles del mar con una Organización Meteorológica Mundial pronosticando el ascenso de olas marinas hacia tierras bajas por toda la cuenca antillana.
Textualmente: «En el Caribe, varias naciones insulares son altamente vulnerables a la subida del nivel de mar; especialmente aquellas que se encuentran más bajas en altitud o que tienen una gran dependencia económica de las zonas costeras». Aludía, probablemente, al expandido turismo de playas. Meteorólogos independientes que trabajan para el sector privado han mostrado gran reserva por el posible desplazamiento de las aguas marinas sobre costas de Colombia y hacia «la ciudad de Santo Domingo; y especialmente para el sur y este que podrían estar expuestos a inundaciones y daños por oleajes».
Llevando las alarmas a otra dimensión el ambientalista Luis Carvajal invitó hace un año a los dominicanos a poner atención a un hecho: el cambio climático que se manifiesta con inundaciones y sequías de grados extremos se debe en gran medida al envío a la atmósfera del dióxido de carbono producido por grandes industrias y países altamente desarrollados, lo que deriva adicionalmente en pérdida de calidad del suelo para fines productivos y de la biodiversidad; de manera particular en la zona tropical en que se ubica República Dominicana.
Carvajal, que es coordinador de la Comisión de Medio Ambiente de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y miembro de la Academia de Ciencias, recordó que la biodiversidad de la flora proviene del mar, «que está siendo más depredado y deforestado a tasas mayores que la deforestación en tierra firme». Atribuyó la reducción de la microflora marina -vital para la existencia humana- a la llegada a los océanos del gas CO2 como consecuencia del calentamiento global que genera la industrialización de grandes espacios del planeta.
Describió la cantidad global de agua disponible para usos humanos como sometida a un proceso de disminución a causa del calentamiento global. «Hay un componente que para nosotros es mucho más grave, sobre todo en las islas tropicales, que es la pérdida de la calidad de los bosques, la erosión genética, la pérdida de la biodiversidad cuyas funciones son fundamentales para la permanencia del agua en su estado líquido». Una dramática advertencia sobre la forma en que el fluido imprescindible para la vida está corriendo peligros.
Las alteraciones del clima acumulan un historia de enemistad radical con bienes y vidas de los dominicanos y debido a los índices de pobreza y desigualdad económica, quienes permanecen en los niveles inferiores de la escala social resultan los más desproporcionalmente afectados por los fenómenos atmosféricos. Tormentas y huracanas se ensañan sobre barrios urbanos marginales y situados a orillas de ríos y cañadas de muchos puntos de la geografía.
Gran parte de la población de subsistencia que por el avatar propinado por la naturaleza llega a la categoría de damnificada con pérdida de techos, una vez reubicadas en refugios y barracones temporales con frecuencia han recibido un seguimiento inadecuado o frecuentemente inexistente por parte del Estado que se supone comprometido a asentar en viviendas permanentes y seguras a cientos de familias infortunadas.
Se registra la existencia de comunidades mal alojadas en hábitats de precariedad sin servicios básicos ni el beneficio de condiciones de habitabilidad. Treinta y más años después aparecerían desampardos grupos que huyeron de huracanes para ser colocados en una permanente condición paupérrima. Tras San Zenón, un número importante de ciudadanos murió años después sin haber vuelto a una existencia decente.
En un parcial abandono se alojan todavía personas que sobrevivieron a la devastación causada por una crecida del río San Juan, allá en la Maguana, que barrió el espacio entre corrientes fluviales del barrio denominado Mesopotamia. El infierno fue llevado hasta allí por el ciclón David y la tormenta Federico en el 1979 más las avenidas posteriores que produjo el huracán George en 1998. Con esta segunda embestida desapareció el sector anexo llamado Montes de Oca. Con David en el lugar murieron no menos de dos mil habitantes.
Las fórmulas matemáticas de promedio en que se basan los pronósticos aciertan una que otra vez, pero la naturaleza suele dar sorpresas en desafío a la cronología y en esta misma semana ha emergido la posibilidad de que la temporada de huracanes del 2025 arribe adelantándose dramáticamente. Los expertos perciben el potencial desarrollo de tormentas en el Caribe occidental a partir de condiciones inusualmente favorables a los vientos concéntricos en pleno mayo.
Ahí están las estadísticas del Centro Nacional de Huracanes: en siete de los últimos diez últimos años, al menos una tormenta se ha formado antes del 1 de junio. Con anterioridad, en el lapso 2005 y 2014, solo se formaron dos tormentas tempraneras bordeando la temporada regular. En algunos otros cursos de calendario se captaron formaciones de tormenta antes de lo previsto.
Un reciente despacho noticioso del área meteorológica, con eje en Miami indicaba que este año podría haber motivos de preocupación debido a que se prevé una temporada intensa con un pronóstico por encima del promedio de 17 tormentas debidamente nombradas según investigadores de huracanes de la Universidad Estatal de Colorado.
La actividad temprana es atribuida desde el rigor científico de profesionales del área climática a aguas inusualmente cálidas en las cuencas del Atlántico, el Caribe y en el «Golfo de México» durante la primavera, un nombre que el vendal político del ultranacionalismo impulsado por el presidente Donald Trump se está llevando de paro para que a partir de ahora se llame Golfo de América.
El Centro de Operaciones de Emergencia de la República Dominicana aparece, para tranquilidad ciudadana, como una de las mejores entidades por avanzar con éxito en el dominio de recursos y métodos para organizar, dirigir y ejercer controles sobre situaciones de riesgo. Con gran sentido de la oportunidad ha sabido preparar y dar respuestas eficientes para minimizar daños por sucesos desgraciados incluyendo, desde luego, los de procedencia atmosférica.
Su prestigio trasciende internacionalmente por el liderazgo que ejerce en la planificación y dirección de acciones sobre instituciones del «Sistema Nacional de Prevención, Mitigación y Respuestas a desastres».
Se reconoce que hace esfuerzos por actuar de manera eficiente y eficaz en la atención de situaciones de riesgo, emergencias y desastres.
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